El día que utilicé mi cáncer para colarme en un concierto

 
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Sí, lo sé, tratar de sacar provecho de algo a costa de tu enfermedad es ruin e indigno. Pero creedme, si he podido asumir que voy a perder una teta, puedo asumir perder un poco de dignidad. 

Desde que estoy enferma la música y el baile se han convertido en una parte importante de mi sanación. Por las mañanas me muevo al son de delicados mantras tibetanos como si fuera una jubilada china haciendo Tai Chi en Central Park. Y por las tardes me echo unos bailes frente al espejo con Joe Crepúsculo a todo volumen mientras mi hijo de 4 años me mira con cara de “Mamá, no te hagas esto, por favor”. Yo creo que la culpa de esta necesidad de mover el esqueleto la tienen los corticoides que me meten con cada quimio. Se habla poco de esto, de hecho lo que más se oye es que la quimioterapia te deja agotado, como sin fuerzas. ¡Pero no toda es así, chicas! La llamada “quimio blanca” del cáncer de mama es un bombazo de energía que cuando sales del hospital no sabes si irte a hacer la Ruta del Cares o directamente la Ruta del Bakalao

Sí, los corticoides son una maravilla, además de darte energía te hacen verlo todo de color de rosa. Estarían guay si no fuera porque también me hinchan la cara y me achinan los ojos haciendo que me parezca a Rigoberta Menchú.

 
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Pero, por favor, volvamos a hablar de la Rigoberta que nos ocupa el post. El concierto de Rigoberta Bandini, la cantante de moda entre los indies españoles, coincidía justo justo con mi última sesión de quimioterapia. Así que… ¿Qué mejor manera de celebrarlo que echándome unos bailes con doble mascarilla y un palo de escoba para asegurarme de que nadie se salta la distancia de seguridad conmigo? Ay... ¡Estaba tan ilusionada! 

Lo malo: que no había entradas. Lo bueno: que los corticoides me hacen siempre encontrar una solución, en este caso fue sencillo: escribir a la cantante por Instagram contándole lo de mi cáncer para que me consiguiera un pase. Bueno, tres. Uno para mí, y otros dos para mis dos mejores amigas. ¿Morro o coraje? Pronto lo averiguaría.

Le escribí utilizando la misma dosis de emoción que de gracejo al contarle esta preciosa historia capaz de conmover hasta al mismísimo Chapo Guzmán y que decía así: Querida Rigoberta: cada vez que estoy en la quimio me pongo tu canción de “Fiesta”. Escucharla, “me hace sentir que nunca más podré renunciar a un picnic en la playa o abrazar a las cabras” (este es un trozo de su letra). Mientras entra por mis venas, se me mueven los pies y siento que todo va a salir bien, que todo esto pasará y dentro de poco el cáncer será para mí solo un signo del zodiaco.

Mi intuición me decía que Rigoberta Bandini iba a empatizar conmigo. ¡Nos unen tantas cosas! Las dos somos mujeres, las dos tenemos un hijo varón y las dos tenemos pelazo (vale que el suyo es natural y el mío de peluca, pero tampoco hay que ponerse tiquismiquis). Y si a todas estas casualidades mágicas le sumamos lo de mi cáncer de mama que tanta compasión provoca… ¡La sororidad estaba garantizada! 

Esperé impaciente su respuesta. Dudaba entre dos opciones. Una: que dejara unas entradas gratis en la puerta a mi nombre.  Y dos: que además de eso, me dedicara la canción de “Fiesta” y me pidiera que subiera con ella al escenario. Ya lo estaba viendo: en un primer momento me haría la remolona y luego, por supuesto, me subiría y bailaría detrás de ella al más puro estilo del cuerpo de baile de Noche de Fiesta. Luego vendrían también mis dos mejores amigas y ya aquello sería un éxtasis de emociones: nos abrazaríamos las tres bailando y llorando a la vez. Yo miraría al cielo dando gracias por haber terminado con la primera fase de esta pesadilla, porque mi cuerpo estaba reaccionando bien al tratamiento y porque, aunque sin cejas, sin pestañas y con las venas rotas, por un rato me podía sentir como en la vieja y anhelada normalidad.

Pero pasaron los días, las noches, las semanas y cuando me quise dar cuenta, el concierto había pasado y Rigoberta Bandini seguía sin contestar. Sí, me dejó en “visto” como si en lugar de una fan con cáncer fuera una fan a secas. Me dejó con los bailes ensayados, con la letra sabida y con la lección aprendida de que en la vida, si quieres conseguir algo, tienes que luchar mucho mucho mucho más. De cualquier manera, como ya dije hace dos posts, soy una persona muy rencorosa, así que, aquí mi venganza: la canción que me pongo en la quimio no es la tuya Rigoberta Bandini, sino otra de Zahara. ¡Chúpate esa reina del electro femenino más guay que hay!

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